(Por Pablo Burgués)

 

La vida, además de ir matándote poco a poco, aburre muy pronto. De ahí que el ser humano se pase la mitad de su vida buscado estímulos químicos que hagan de este mundo un lugar más divertido y llevadero. En los primeros años de nuestra vida esto no es necesario ya que todo maravilloso. ¿Por qué?. Pues muy sencillo, porque estamos día y noche puestos hasta las patas de droga muy muy dura: los reyes magos, el campamento, el Petit Suisse de fresa, la profesora pechugona de mates… Pero, ay amigo, a medida que vamos creciendo estos estímulos van dejando de ponernos palotes (excepto la profesora pechugona de mates) y nos pasamos el resto de nuestra existencia buscando cositas malas que nos hagan repetir aquellos épicos subidones de nuestra infancia.

En mi caso, el primer gran colocón de mi vida fue a la edad de 7 años. Estaba yo tranquilamente metido en mi cama cuando de repente y sin previo aviso se sentó a mi lado mi primer camello, osea mi madre, quién con destreza de cirujano aplicó sobre mi pecho, espalda y frente una poción verde con olor a menta llamada Vicks VapoRub. Joder negro, de repente sentí que este puto planeta se podía salvar, que los placeres de la vida no terminaban con el fin de la etapa anal y que había algo más allá que merecía la pena ser vivido.

A pesar de aquella prematura y positiva revelación sobre el mundo de las drogas, los cliks de Playmobil, la bola de cristal y la masturbación consiguieron mantenerme animado y sobrio hasta la temporada 13 de mi existencia. En ese momento los guionistas de nuestras vidas suelen empezar a flojear bastante así que para buscar nuevas aventuras no se me ocurrió nada mejor que pillarme mi primera gran borrachera Chispas. Como todas las primeras veces, la cosa resultó horrible y fué entonces, cuando también por primera vez, agarré mi cabeza con mis manos, miré a cámara y grité la 3ª frase menos creíble del mundo después de “hijo abre la puerta que no te voy a pegar” y “cuando se me acabe esta cajetilla no compro más”): “juro que nunca más volveré a beber”.

Gracias a Dios las resacas se las lleva el viento y combinando licor de melocotón, Kalimotxo y mosto con Cointreau llegué al final de la temporada 16. Ya en la 17 entró en escena la cerveza y el Gin-Kas y los primeros cigarros de la risa (y los segundos y los terceros). Y entre la temporada 20 y la 30 se fueron sumando a la fiesta otras cositas de esas que ponen los pies bailongos y que no me voy a poner a comentar aquí, no vaya a ser que mi madre lea esto y se piense que su hijo es Keith Richards.

En la temporada 31 empecé a viajar por el mundo y por un tiempo los aviones, los cruces de fronteras y las playas paradisiacas se convirtieron en mi nueva droga, en mi nuevo azúcar, en mi nueva noche de reyes. Pero claro, los países exóticos también tienen su buena mierdita exótica y un tipo curioso y ávido de conocimiento como yo tenía jugar con algunos de aquellos nuevos juguetes. Así en Ámsterdam conocí los Space Cakes, en Perú el ayahuasca, en Laos el opio y en México el peyote, el san pedro, la naftalina, las tachas y los chiles habaneros. Gran país México, sí señor.

El colofón a esta etapa lisérgico viajera llegó en la temporada 35 en Tailandia, donde conocí a un rastafari japonés llamado Taka que entre otras manías fumaba escorpiones. Si, si, escorpiones. Esos bichejos malos que si te pican te mueres… Pues aquí el amigo los cazaba, los dejaba secar al sol, los ponía en una pipa y zas, para dentro. Era muy divertido ver como el tipo explicaba con enormes aspavientos los efectos del veneno al entrar en su cuerpo al tiempo que repetía sin parar “not recommended”.

Y así, como que no quiere la cosa me planté en la temporada 41 de mi vida pensando que no existía en el mundo ningún excitante natural, anestésico animal o desinfectante que yo no hubiera visto fumar, chupar o esnifar. Pero entonces llegué a Ibiza y conocí a un tipo al que llamaré “Jabón”, un auténtico Vademécum andante cuyas experiencias psicotrópicas son tan desmadradas, surrealistas y divertidas que hacen que mi curriculum de chico malo parezca el diario de Espinete.

Pero esto te lo contaré la próxima semana porque se está haciendo tarde y esta gente se querrá acostar.

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