(Por Pablo Burgués)

No sé a ti, pero a mí siempre me ha parecido que las películas que terminan rollo “… y vivieron felices y comieron perdices” no son trigo limpio. Y es que a mí esos finales tan ñoñeras, lejos de producirme alegría ajena, lo que hacen es sumirme en un mar de dudas existenciales. Por ejemplo, Pretty Woman: ¿se llegaron a casar o Richard Gere la lio parda en la despedida de soltero?, ¿dónde pasan las navidades?, ¿volvió Julia Roberts a hacer las calles con sus enormes botas pantalón?... O en el caso de Ghost: ¿fué Patrick Swayze eternamente fiel a su amada o para sobrellevar mejor aquella relación a distancia se echó un rollete en el más allá?, ¿salieron del armario Demi Moore y Whoopi Goldberg?...

La semana pasada os conté una de estas historias con happy ending que tuvo lugar en Ibiza. Sus protagonistas fueron un romanticón y algo pegajosos rey moro, al que llamaré Dátil y una dulce a la par que picante princesa india, Curry para sus amigos. (Puedes leer la historia completa pinchando aquí). Pues bien, esta semana he decidido indagar en su historia para ver qué fue de ellos una vez que terminaron los créditos, cayó el telón y las luces del cine se encendieron.

Parece ser que los dos tortolitos vivieron felices durante una temporada, sin embargo un mal día de invierno llegó a palacio una carta que rompió su idílico sueño de amor. En las lejanas tierras de no sé dónde había comenzado una terrible guerra y se precisaba de la presencia del rey en la contienda. Así que a la mañana siguiente, con la pepita partía, Dátil se fue al frente no sin antes prometer a Curry que estaría de vuelta antes de que sus amados almendros volvieran a florecer.

  

Los días de espera se convirtieron en meses y estos en años y en todo este tiempo no llegó ni una sola noticia sobre el rey. La princesa cayó en una fuerte depresión, se hizo una cuenta Premium de Spotify y pasaba semanas enteras sin salir de sus aposentos, alimentándose únicamente de baladas de Scorpions sin anuncios. Sin embargo Dios aprieta pero no ahoga y es por eso que un buen día, un fornido jovenzuelo llamó a las puertas de palacio. Se trababa de un apuesto jardinero (al que apodaré Manguera) que acababa de llegar a Ibiza y estaba buscando trabajo de lo suyo. Ante semejante chulazo, la hasta entonces triste princesa solo acertó a decir: “Pues hijo mío, no sabes lo bien que me vienes, porque la verdad que tengo el campo de almendros hecho unos zorros”. Y sin perder un instante, Manguera y Curry se pusieron manos a la obra a adecentar el jardín real.

Pero cuando estaban en medio del trajín escucharon un fuerte barullo y ruido de serruchos. Cuál fue su sorpresa al descubrir que el siempre inoportuno Dátil acababa de volver de la guerra y varios operarios estaban serrando los marcos de las puertas para que su majestad pudiera entrar a palacio sin dañar su recién adquirida cornamenta. Al enterarse de la traición, el rey llevó a la princesa y al jardinero debajo de un almendro y les cortó el cuello.

Al año siguiente, como cada febrero, los almendros empezaron a florecer pero nunca más sus flores volvieron a ser blancas, sino rosas. Cuenta la leyenda que el affair entre Curry y Manguera fue tan puro que los árboles tiñeron sus hojas con la sangre de los amantes, para que de este modo su amor durara eternamente.

 

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