(Por Pablo Burgués)
El otro día fui a darme un bañito reparador en las cristalinas aguas de los embarcaderos de Sa Caleta. El lugar es una idílica y tranquila mini bahía circular rodeada de viejas casetas de pescadores. En la puerta de una de ellas estaba sentado un viejérrimo y arrugadérrimo marinero al que más tarde bauticé con el sobre nombre de Sodio. No sabría decir su edad con exactitud, pero así a ojo calculo que andaría entre los 87 y los 5.200 años (mes arriba, mes abajo). Pues bien, se ve que el muchacho no estaba lo que se dice demasiado ocupado aquella mañana y nada más verme se levantó de su silla, se acercó sigilosamente hasta donde yo estaba, disimulando se sentó a mi lado y cuando me di cuenta me estaba contando toda su extensa vida.
La verdad que al principio la situación era un poco extraña, porque aquel señor al que no conocía de absolutamente nada se puso a narrarme de buenas a primeras y con pelos y señales, un montón de intimidades acerca de su díscola y erótico-festiva juventud. La verdad que el tipo era muy divertido y sus historias hilarantes, pero sintiéndolo mucho no puedo reproducir aquí ninguna de ellas porque estamos en horario infantil y todas ellas eran muy pero que muy hardcore/bizarras.
Llevábamos una media hora larga de animada y picantona charleta, cuando de repente y sin saber por qué, Sodio se quedó en silencio con la mirada perdida en un punto indeterminado del cielo. Le pregunté si se encontraba bien y él, sin ni tan siquiera mirarme me dijo: “hijo, ¿quieres que te hable de la sal?”. Ok, le respondí, pensando que esa tal sal sería el nombre en clave de otro de sus ligues juveniles. Pero nada de eso, el tipo se refería a la sal de verdad, a la cosa esa blanca e insignificante que sirve para cocinar y de la que nadie en su sano juicio podría decir más de dos frases seguidas. Pues bien, parece ser que mi nuevo amigo trabajó media vida en las salinas de Ibiza y no hay nada en el mundo que le ponga más palote que hablar sobre la vida y milagros del cloruro sódico.
Así que durante las dos horas y trece minutos siguientes el tipo me contó absolutamente todo (y cuando digo todo es todo) lo que el ser humano ha dicho, hecho, escrito o pensado sobre la sal: “¿Sabías que la sal es la única roca que se puede comer?”. “¿Sabías que en el antiguo Egipto se referían a ella como “oro blanco?”. “¿Sabes lo que significa en latín la palabra salarium?”. ¿Máquina de sal para ponerse moreno?, le respondí para ver si le hacía gracia y así se relajaba un poco. Pero nada, él siguió a lo suyo. “Significa pago con sal y es el origen del término salario”.
La escena me recordó a la película de Forrest Gump, cuando Tom Hanks conoce en el ejército a Benjamin Buford “Bubba” Blue, un tipo negro que se pasa media peli hablando de gambas. Pues bien, Sodio es el Bubba de la sal. De hecho creo que voy a cambiarle el mote y a partir de ahora voy a llamarle Forrest Sal.
Continuará…
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