(Por Pablo Burgués)
Como ya te conté la semana pasada (puedes leerlo Aquí), el general Joaquín Vara de Rey es uno de los pocos militares en el mundo a los que se les ha construido una estatua por perder una batalla. La fatídica contienda tuvo lugar el 1 de julio de 1898 en la bella isla de Cuba y el monumento se levantó seis años más tarde en la no menos bella y no menos isla de Ibiza.
La razón detrás de este (a priori) contradictorio homenaje es que el general y sus hombres lucharon como auténticos tigres aquel día y es por eso que, independientemente del mal resultado del partido, el muchacho fuera nombrado héroe nacional. Bueno, creo que también ayudó el hecho de que por aquel entonces no había estrellas del rock, ni Master Chef, ni Hombres y Mujeres y Viceversa, por lo que los pueblos de España estaban ávidos de hijos predilectos que hicieran publicidad de su tierra natal.
Sea como fuere, lo cierto es que nada más conocerse la muerte de Vara de Rey, un montón de ciudades españolas empezaron a autoproclamarse cuna del chico de moda. La ardua polémica se zanjó cuando su certificado de nacimiento apareció en Ibiza e inmediatamente se le nombró Hijo Ilustre de la ciudad. En honor a la verdad hay que decir que, si bien es cierto que el chaval nació aquí, también lo es que a lo largo de su vida no tuvo ningún contacto más con las Pitiusas. Y es que al parecer sus progenitores estaban de paso por aquí cuando su madre se puso de parto y poco después toda la familia abandonó la isla y nunca más volvieron (ni tan siquiera para el closing de Space).
A pesar de este pequeño detalle sin importancia, los ibicencos decidieron tirar palante y pusieron en marcha un crowdfunding para financiar la construcción de un monumento que inmortalizase al nuevo héroe local. Se recaudaron 60.321 pesetas con 85 céntimos, a lo que la corona española sumó nueve toneladas de bronce.
La obra fue inaugurada el 25 de abril de 1904 por el rey Alfonso XIII y representa el momento exacto en el que Vara de Rey es asesinado en el campo de batalla. En su parte central podemos ver al valiente general blandiendo una espada, al tiempo que por su espalda se acerca a lo perro un enemigo, con la poco sana intención de meterle un cuchillo hasta el hincón.
Por debajo de la escena hay un ángel que lo está viendo todo, pero el muy cabrón en vez de avisarle se limita a ofrecerle una rama de laurel, como diciendo: “bueno, ya que te van a matar por lo menos que te salgan ricas las lentejas hijo mío”.
Que digo yo, que viendo lo que se le venía encima al chaval podría ofrecerle algo más útil como un ibuprofeno o unas tiritas.
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